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Expedición Ausan

Ya han pasado 3 días desde mi conquista del salar, y era el momento de enfrentarme al siguiente reto Atacama, tenía la sensación de que el lugar que me esperaba guardaba algo terrible para mí, pero no era aún consciente de lo que sería…

Aquella región del desierto chileno iba a ser una inmensa prueba a mi voluntad física y mental, mi cuerpo casi recuperado por la prueba anterior veía en este desafío algo más de riesgo, pero sobre todo veía un desgaste mucho mayor. Pues atravesar un desierto a pie no tenía pinta de ser algo ligero…

El destino quiso hacerse notar y me desveló, por medio del dueño del hostal donde reposaba para iniciar mi partida al día siguiente, una noticia confusa y aterradora, él me había comentado esa mañana que en el desierto de Atacama habían depositadas muchas minas antitanque y antipersona de una guerra pasada y que el gobierno aún no había sido capaz de desmilitarizar el terreno por lo que ese desierto era una fuente de muerte, no solo por el clima sino por las minas. Con esta información decidí dirigirme a los carabineros de San Pedro (la policía de allí) y refutar dicha información, pero para mi sorpresa, era cierto, les enseñé mi ruta y les comenté lo que había escuchado sobre las minas, y ellos me disiparon de dudas, Atacama tiene mimas y han sido varios lo que han sufrido por ellas en un tiempo reciente.

Este hecho, me sorprende a la vez que me asusta, pues en todos los estudios previos que hice, esa información aparece omitida de la web, no obstante, si realmente quiero cruzar el desierto deberé adaptar la ruta, pero eso implica que el desierto tal cual yo esperaba hacer sea modificado completamente…

Me llevó un tiempo adaptar la ruta para hacerla segura fuera de las escarpadas montañas y de los llanos estériles del desierto, evitando pues, las posibles repercusiones de pisar una mina, no obstante, este cambio que acababa de hacer mataba el encanto salvaje de la ruta que yo había soñado hacer por el desierto en contra de una ruta más comercial y segura.

La nueva ruta se componía 302 kilómetros, un poco más larga que la anterior (266km), pero evitando el centro del desierto, el pro de esta adaptación, era su sencillez en el terreno al ser más liso y no tan empedrado como el anterior, la contra es su falta de creatividad y un nivel menos de naturalidad salvaje del terreno en comparación al viejo trayecto, llevándome aproximadamente a unos 60 km diarios para completarla en 5 o 6 días, se planteaba como un reto duro y bastante sacrificado.

Llegó el momento, me puse rumbo y empecé a andar, no pasó demasiado tiempo y empezaron los problemas, el exceso de peso ya se hacía presente desde el principio, el percance que sufrí con el carro para transportar agua en Uyuni, ahora me pasaba factura, pues al no poder portear el agua con él, debía llevarla yo en la mochila, los 17 litros de agua que llevaba a pesar de no ser mucho, era demasiado para el largo trayecto que me esperaba.

El dolor en la espalda, hombros y piernas, me estaba mermando considerablemente la marcha, empecé a desmoralizarme, demasiados inconvenientes nada más empezar, pensé.

Debía hacer algo y debía hacerlo pronto o acabaría por abandonar este desafío debido al desgaste, así que pensé, dado que la nueva ruta atraviesa algunos pueblos, puedo ir aprovisionándome de agua ahí, y cargar solo la necesaria hasta que llegue a ellos, y así hice.

Abandone cerca del ¾ del agua total que disponía con la idea de alcanzar antes un pueblo cercano que el final de mi agua restante.

Porteaba apenas 3 litros de agua para pasar el día, y con un triste desayuno de café y una torta de pan, pase las restantes 11 horas de ruta, sin apenas descansar. Tenía mucha sed y me moría de cansancio, pero sobre todo estaba desmoralizado, pues a pesar de poder sobrellevar el peso, la nueva ruta que había trazado me obligaba a caminar en su mayor parte por carreteras secundarias o vías de tierra, que mataban el encanto salvaje de un desierto apenas explorado.

A pesar de lo anterior Atacama tenía algo que no había visto antes, la sequedad absoluta de casi todo, un paisaje marchito que me hacía sentir débil cada vez que lo miraba, sus tierras eran áridas, apenas tenían vida, el suelo se rompió desde mis pies hasta el horizonte, muestra irrefutable de que aquel lugar era un infierno que no debías subestimar, entendía bien ahora porque nadie lo había cruzado antes.

Llegó la noche y pude alcanzar un pequeño pueblo de paso donde me aprovisioné con 4 litros de agua, los necesitaba, ya apenas me quedaba, apenas agarré la botella me bebí 1 litro de un solo sorbo, estaba seco por el exceso de racionamiento que había tenido.

Eran las 8 pasadas de la noche y a pesar de la hora decidí caminar un poco más antes de irme a dormir.

Pero cuando llego el momento de dormir, fue incómodo y desesperado intentar anclar la tienda al suelo, un terreno seco y arenoso no me dejaba afianzar la tienda, que se quedó sujeta al final, solo con mi peso y el equipo que traía, había sido un día duro, estaba cansado, y a pesar de que el cielo brillaba hermoso por sus millones de estrellas, yo estaba tan exhausto que me dormí enseguida.

El segundo día fue más ligero, ya tenía el peso distribuido y disponía del agua suficiente para pasar todo el recorrido de hoy, así que aceleré el paso y me dispuse a conquistar la ruta. La monotonía del terreno y las grandes llanuras escasas de contenido, solo arena y piedra, hicieron que el día fuera lento, lo que me dio tiempo a pensar en mis cosas a fin de hacer más llevadero el día.

El tercer el día planteó un desafío mayor, pues ya se acababa la estrategia de compensar el agua en los pueblos cercanos y ahora debía portar el agua hasta el final de la ruta. El calor no era molesto, pero si era constante su presencia, por tanto, si quería tener agua para beber y cocinar a la par de reducir lo máximo posible el peso a transportar, debía ser cuidadoso con la cantidad que iba a adquirir.

Eran las 9:20 de la mañana cuando abandoné el Peire, ya no había más hasta el final. Porteo ahora 9 litros de agua, más todo el material que hay en mi mochila, lo que asciende a un total de aproximadamente 23,5 kilos, no parece mucho, pero cuando llevas tantos kilómetros en el cuerpo y vas arrastrando el cansancio, ese peso parece una tonelada sobre tus hombros y tus piernas.

“Si alguna vez queréis conocer el infierno, id a Atacama, disipareis todas vuestras dudas”

Pasaron algunas horas en aquel infernal camino estéril de polvo y muerte hasta que divisé un viejo conocido, la sal, había entrado en una laguna de sal, que se hallaba en el desierto.

La noche me alcanzo y decidí acampar en aquel manto blanco, estaba exhausto, me dolía todo el cuerpo, apenas me tumbé en la tienda notaba como mis piernas temblaban, como si un rayo las cruzara. Me sentí aliviado cuando me acosté, pero preocupado por todo lo que aún me esperaba al día siguiente.

El cuarto día fue triste y feo, pues el paisaje desértico de polvo y muerte ahora era escarpado, como si se escondiera de mí. Veía cumbres rocosas que se habían agrietado por el pasar del tiempo, que sin duda guardarían mil secretos que, para mí, no serían desvelados por los infortunios de un tiempo pasado que condena mi avance por ellos.

Mil pensamientos de abandono me acompañaron este día. A pesar de la ruptura de la rutina por el salar, ya volvía a la monotonía otra vez, intente acelerar el paso para acabar antes, pero el cansancio y la dureza del terreno hacia una tarea imposible correr más.

Murió el cuarto día dejando la esperanza de un quinto día mejor, a pesar del dolor que había sufrido y de la mala noche que pase por los continuos calambres en las piernas y la espalda, veía la posibilidad de poder terminar hoy, sin embargo, los pensamientos de abandono ahora eran reforzados por el exceso de dolor que el cuerpo sentía.

Con la nueva ruta, el final se hacía en un lugar distinto al anterior (ciudad de Antofagasta), mi meta ahora era la carretera que cruzaba el continente sudamericano, la famosa autopista Panamericana. Me faltaban solo 38.3 km para alcanzarla, pero este quinto día solo se presentaba con dolor, pero a pesar de lo duro del terreno, de las malas condiciones físicas que traía y de los pensamientos redundantes de abandono y repulsa hacia ese lugar, la voluntad quiso que pudiera completar el trazo que marcaba la línea imaginaria desde San Pedro de Atacama hasta la entrada de Antofagasta por la carretera Panamericana, parecía un sueño pero lo había conseguido, había llegado a la carretera, había terminando el reto y seguía de una pieza.

No paso apenas tiempo y con las pocas fuerzas que me quedaban fue recogido a pocos metros de mi llegada por un transportista que me dejo bien entrada a la ciudad de Antofagasta, allí pude descansar por fin.

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